Escribo esto a siete seis cinco cuatro tres dos días de volver a Argentina. Lo escribo ahora, porque no sé si podré escribir la noche antes de irme. La cuenta regresiva se hace cada vez más fuerte, los días pasan rapidísimo, sin piedad. Siento que hace unas horas todavía faltaba un mes. Ahora faltan menos de 48 horas. Los miedos me persiguen hasta en mis sueños: aparezco en Buenos Aires sin haberme despedido de nadie, pierdo el vuelo a Argentina y quedo atrapada para siempre en un aeropuerto, vuelvo a Buenos Aires y la ciudad está gris, con caños rotos, niebla negra y charcos de agua, al estilo de Ciudad Gótica; vuelvo a Buenos Aires y no tengo conexión de internet ni señal de celular, no puedo comunicarme con nadie. Me despierto de golpe y me doy cuenta de que todavía sigo acá. Es que esos días A.V. (“antes de volver”) son fatales. Uno sigue de viaje, pero es imposible no pensar en la vuelta que se acerca. El cuerpo está en una parte del mundo y la cabeza ya está en otra.

Volver. ¿Será que todos los viajeros sienten lo mismo al regresar, sin importar a qué ciudad vuelvan? Yo vuelvo a Buenos Aires, pero bien podría estar volviendo a Madrid, a San Petersburgo, al Cairo. No elegí dónde nacer, pero mi país de nacimiento determinó la ciudad a la que siempre querré/temeré volver: Buenos Aires. ¿Qué es lo que tanto nos angustia de volver a nuestro lugar de partida? Dudo que un viajero que visite Buenos Aires por primera vez se sienta así: para él, viajar a Buenos Aires significará llegar a un lugar nuevo, la llegada tendrá expectativas y adrenalina, tendrá preguntas y deseos. Lo que me hace pensar que lo que me angustia no es volver a Buenos Aires en sí, sino volver a secas. Volver a lo cotidiano, a lo familiar, a lo que se conoce desde hace años, a lo que ya no sorprende tanto. Volver al único lugar del mundo donde no soy extranjera, a la única ciudad donde no necesito aprender códigos urbanos desconocidos para sobrevivir, a ese lugar del cual conozco todo lo bueno y todo lo malo.

Volver. Hay algo de los regresos que me hace reflexionar. Creo que es inevitable, como los balances de año nuevo. Aunque uno no quiera, los hace. Qué fue lo bueno y lo malo de este año (en mi caso, cambio “año” por “viaje”, prefiero escribir mi historia en travesías antes que en números), qué aprendí, en qué me equivoqué, por qué me equivoqué, qué volvería hacer, qué me quedó sin hacer, qué miedo superé, qué rincón de mí misma conocí. Asia me enseñó muchas cosas, pero me daré cuenta de qué exactamente con el tiempo. Asia me cambió por dentro, pero reconoceré esos cambios cuando vuelva a mi hábitat natural. Ahí me daré cuenta de todo.

Vuelvo por poco tiempo a Argentina. No porque no quiera quedarme en mi país, sino porque la cantidad de mundo que hay afuera me llama, porque siento que si me quedo quieta por demasiado tiempo no me va a alcanzar la vida para conocer todo lo que quiero conocer. Vuelvo con planes y proyectos, para evitar la depresión post-viaje. Vuelvo pensando en mi próximo viaje, como todo buen viajero. Y vuelvo con una idea que se me instaló en la cabeza hace un tiempo. Siento que, de repente, todas las flechas me conducen a la misma palabra: LIBRO. Antes pensaba: “primero viajar, más adelante libro”. Ahora todo me dice libro libro libro libro. Si quiero ser escritora, en algún momento tengo que empezar. Tal vez este blog haya sido un boceto de todo lo que quiero decir en 100, 200 o 300 páginas. O tal vez no. Lo cierto es que hace varios meses tengo ideas dándome vueltas por la cabeza. Y así como tengo ideas, también tengo miedos: ¿podré escribir un libro “entero”? ¿encontraré un hilo conductor para mis historias? ¿alguien lo leerá? ¿qué críticas recibirá? Pero así como una vez les dije (y me dije) “Si querés viajar, viajá”, ahora me digo a mí misma: “Si querés ser escritora, escribí”. Es lindo soñar y pensar “quiero ser/hacer tal cosa”, pero lo cierto es que el mundo no espera a nadie, es uno el que tiene que empezar.

Así que además de los viajes, ese es mi proyecto a corto plazo: escribir un libro (o por lo menos intentarlo). Siento que esto de volver a Argentina, aunque no sea más que por unas semanas, le da una especie de cierre (o intervalo) al viaje: sé que desde Buenos Aires voy a ver estos 16 meses en Asia desde otra perspectiva y espero poder plasmar todo lo que viví, pensé, aprendí, vi y conocí en hojas de verdad. Me gustan los blogs pero todavía creo en los libros.

Así que cuando pise Ezeiza, en vez de pensar “hoy volví a Argentina”, espero ser capaz de decir: “hoy empieza a nacer mi primer libro”.