Me cuesta escribir esto sin ponerme triste. Llegué a Biarritz por primera vez hace poco más de un año, el verano pasado, sin saber que me quedaría a vivir por nueve meses, que caminaría tanto por estas calles, que vería el faro cubierto de niebla y cubierto de sol, que odiaría su lluvia y amaría su mar. Vine porque dos personas no conectadas entre sí me dijeron, casi con las mismas palabras, que si quería aprender surf tenía que ir a Biarritz, y a mí esa palabra se me quedó pegada. No sabía nada de Biarritz ni de surf y sin embargo vine, llegué un día en el que estaba a la deriva, en una época en la que me sentía sin rumbo y en la que todo me daba un poco igual. Y a primera vista la ciudad me pareció de las más lindas que vi, pero no me sentí cómoda y quise irme. Unas horas después conocí a alguien y las cosas cambiaron. Y me quedé. Nos quedamos. Nueve meses viviendo juntos acá.

Desde mi cuarto.

Desde mi cuarto.

La vista desde mi ventana

La vista desde mi ventana

Las postales frente a mi escritorio.

Las postales frente a mi escritorio.

Mis grullas.

Mis grullas.

Escribo esto todavía en Biarritz, sentada en mi escritorio de vidrio al lado de la ventana, con vista a un jardín que todavía es mi jardín, mirando la pared llena de postales que aún no despegué. Frené acá porque necesitaba esto: un espacio de trabajo, un hogar y un amor. Me sentía muy huésped y muy sola, y estaba cansada de moverme de un lado a otro sin parar. Mi límite de viaje en continuado es un año, después de eso ya me canso, pierdo la capacidad de asombro, no tengo ganas de ver lugares nuevos y me surge la necesidad de detenerme. Acá volví a tener la rutina que tanto necesitaba: empecé natación, fui al cine, llené las alacenas, jugué al Super Mario, miré películas, me abrí otro blog, recibí postales y escribí mucho, un montón. Escribí otro libro, aunque el capítulo de Biarritz todavía ni lo empecé, dicen que hay que escribir acerca de un lugar cuando uno ya se fue.

Además me compré libros.

Además me compré libros.

y zorritos.

y zorritos.

Amo mi jardín.

Amo mi jardín.

Recibí cartas.

Recibí cartas.

Y ahora me toca despedirme de prepo, porque no sé si nos iríamos si la situación fuese distinta. Acaba de empezar el verano, la mejor época del País Vasco, ya no llueve, el mar está calentito, la gente está contenta, hay luz hasta las diez de la noche y uno casi se olvida de que acá existió el invierno. Pasamos seis meses bajo lluvia, con caracoles trepando por las paredes, hongos expandiéndose por el techo, olor a humedad en el baño, las toallas siempre mojadas, sabañones en los pies, y ahora tenemos que irnos porque la dueña de la casa-cueva cuadruplica sus precios durante los meses de verano y si Biarritz ya era cara en invierno ahora es imposible. Mi casa-cueva ya no esta, será otra, será muchas. Se nos terminó el contrato, el primero que firmé con un chico, sin pensarlo, cuando me dijo quedate a vivir conmigo acá, estemos juntos, quiero estar con vos.

La playa

La playa

Una rotonda

Una rotonda

Cerca de casa

Cerca de casa

Durante estos meses en Biarritz me di cuenta de que el clima afecta mucho mi estado de ánimo. Tuve tristeza de invierno —autodiagnosticada—, lloré cada vez que llovía, me enojé cuando no salió el sol durante dos semanas, me dio rabia ver que el servicio meteorológico anunciaba lluvia con cien por ciento de probabilidades para los próximos diez días, dije un montón de veces que me iba para Argentina, que chau, que empaco todo y ya fue, que no quiero estar más acá, que estoy pasada por agua, que no me banco más el viento y esa garúa fina que me corroe. Me consolé con macarrons, con chocolate, con cafés con leche, con películas y series, con los abrazos de L. Me sentí mejor —y peor, por improductiva— quedándome en la cama hasta tarde, leyendo mis libros con dos frazadas encima. Aprendí que a veces eso también está bien, que no puedo estar todo el tiempo forzándome a hacer cosas, que los descansos son tan importantes como el trabajo.

Vidrieras

Vidrieras

Peluquería

Peluquería

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Cosas que veo en mis caminatas de todos los días

Cosas que veo en mis caminatas de todos los días

Aprendí a medir el paso del tiempo de otras maneras. En esta casa los relojes nunca estuvieron en hora y tampoco tuve calendarios, hasta hace poco, pero supe que los meses pasaban porque vi mi pared llenarse de postales, porque vi el ciclo de las mareas, porque a L. le crecían los rulos, porque el sol fue saliendo cada vez más temprano y escondiéndose más tarde. Supe que había empezado la primavera cuando escuché a dos pájaros cantar al lado de mi ventana a las tres de la mañana y recordé que ese sonido existía. Y ahí me di cuenta de que esta fue la primera vez que pasé un invierno, mejor dicho: que hiberné en una cueva. También me volví más friolenta, supongo que de tanto invierno, y un poco más miedosa, quizá por tanta lluvia.

Junto con la primavera llegó una inquilina nueva a la casa, y ahí empecé a practicar el arte de la paciencia y a decirme ya está, es hora de empacar, con nuestras cosas a otro lado, esta casa ya no es nuestro espacio. Así que me despido sin despedirme, porque todavía sigo acá, aunque en cuenta regresiva, tres, dos, uno. Caeré cuando estemos en la próxima ciudad, en algún lugar sin humedad y sin mar. Nunca, jamás, hubiese pensado que iba a quedarme a vivir en Francia. Ni aunque me lo hubiese dicho mi astróloga, que, si mal no recuerdo, alguna vez me lo mencionó. Tampoco pensé que iba a encontrar mi hogar en un chico francés, siempre dije que los franceses eran lindos pero que no los terminaba de entender, y mirá. Ahora nos toca ir a los dos a mi país, a construir otro hogar transitorio en Buenos Aires y después veremos dónde más. Y por primera vez lloro mientras escribo un post, no sé si de tristeza por la partida, de alegría por irme acompañada, de emoción por volver a Buenos Aires, de felicidad por todo lo que nos espera, de ansiedad por las ganas que tengo de hacer un viaje largo por Argentina, o de hipersensible porque me está por venir (debe ser eso). Pero nunca viví tanto tiempo en otro lugar que no fuese Buenos Aires y todo eso me genera una procesión. Además hace casi dos años que no vuelvo a Argentina, y me parece demasiado.

Arco iris de hortensias

Arco iris de hortensias

La Grande Plage

La Grande Plage

Balcones

Balcones

Chau Biarritz, siempre me despido de personas, ahora me toca despedirme de un lugar. Ni sé cómo hacer: ¿salgo a caminar? ¿Saco la basura por última vez? ¿Me meto al mar? ¿Cómo se le dice chau a un hogar? Te deseo que sigas con buen clima, que los turistas no te maltraten mucho, que alguien se enamore de vos, que cuiden tus hortensias, que sigas recibiendo surfers y que le des un buen susto al hombre que escupe. No sé si volveremos, tampoco sé si será lo mismo si volvemos, pero yo me llevo mi mapa subjetivo de tus calles y toda la inspiración que me diste, y eso para mí es lo más valioso. No te lo quería decir, pero si bien te nombré un montón de veces, hay mucha gente que sigue pensando que viví estos nueve meses en París, y qué tendré que ver yo con París, te estarás preguntando. Nada, estás mucho más cerca de España que de París, sos parte del País Vasco, tenés mar. Solo quiero que sepas que L. y yo siempre tendremos Biarritz. Gracias por eso.

À bientôt ! ¡Hasta pronto!

A.

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Publicado desde Estrasburgo, en la otra punta de Francia, con calor y nostalgia.